martes, 14 de agosto de 2012

Despierto....


Despierto… Despierto convertido en una balsa de sudor. ¿Dónde estoy?. Noto una ligera brisa que roza mi espalda. Estoy tumbado sobre algo que no es una cama. Definitivamente, estoy en una calle. ¿Qué hago yo aquí?.

Tumbado, giro sobre mí y contemplo un espectacular cielo azul. Nada empaña el intenso dolor que crea el sol posándose sobre mis ojos. Después de unos segundos de ceguera. Vuelvo a abrir los ojos y doy tiempo a mis pupilas para que se contraigan y enfocar hacia alguna parte que me sitúe en un sitio concreto, y con fortuna, conocido.

Me siento en el mismo lugar donde desperté. Todo me duele, cada articulación llora independiente, y todas al unísono. Giro la cabeza, no sin dificultad. Claro, ya se donde estoy. Es inconfundible… Estoy en Sol. Esta plaza es inconfundible para mí. Resuelta esta duda, aparecen muchísimas más en mi cabeza. ¿Por qué estoy aquí? ; ¿Cómo he llegado aquí?. Juraría que anoche no bebí, ni siquiera salí. De hecho por mucho que lo sigo intentando, no recuerdo nada de la noche anterior… Dios, como he podido llegar a esto… Otra duda que me asoma, es el porque nadie me ayudo. Dios creo que me estoy volviendo loco. Miro de nuevo a mi alrededor. No hay más que soledad. El reloj que despide el año es el único que me acompaña en esta locura. No puede ser, estoy soñando, demasiado real para ser un sueño. Pero demasiado ilógico para ser realidad.

Me levanto de mi sitio mareado, empapado en sudor y con dolores. Me encamino hacia la fuente que hay en la propia plaza y me enjuago la cara. Dios que alivio, el calor me estaba matando. Un segundo de alivio en esta pesadilla…

Sigo aturdido, no consigo descifrar ninguna de mis preguntas y el hecho de estar aquí. Sólo, sin nadie. Decido moverme. Más por necesidad de saber que hago aquí. Si es real o no. De aclarar mi cabeza y volver a respirar sin ningún hálito de incertidumbre.

Me encamino a la derecha, por instinto. Sin saber muy bien porque. Cruzo la desierta carretera que cruza la plaza y me inserto en la calle Carretas. La sombra de la calle me da un respiro. Inspiro profundamente y me encamino a través de ella.

Se cruza a mí derecha la calle Cádiz. Mis ojos no dan crédito a lo que ven. Cientos de personas se apilan muertas en su cruce con la calle Barcelona. No se que esta pasando, ni que puedo hacer. Lo único que observo boquiabierto es un panorama dantesco. El hedor es insoportable, ríos de líquido putrefacto se acercan hacia mí y caen lentos por las alcantarillas, en el peor sonido que nadie haya escuchado jamás. Corro, no miro para atrás sólo corro. Presa del miedo sigo subiendo la calle Carretas. El miedo me guía y no tiene intención de sosegarse.

Cruzo sin ser consciente de ello la Plaza donde se alojan los cines Ideal, la vacía calle Atocha y bajo hasta Tirso de Molina. Casi en la puerta del Nuevo Apolo, me paro extenuado. Me encorvo y me apoyo sobre mis maltrechas rodillas. Respiro rápido y entrecortado. La carrera y el miedo no me dejan calmarme.

Aparece en mi cabeza el primer momento un poco lógico del día. Callejear, y esconderme en calles menos, congregadas. O por lo menos, que antes estuvieran masificadas. No se que pasa. No se a que me puedo enfrentar. Lo único que se, es que estoy vivo.
Atravieso corriendo, la plaza de Tirso de Molina y me introduzco en la calle de Jesús y María, bíblico nombre, para una calle tan poco conocida. Recorro la angosta, perfecta para mi objetivo. Varios metros más adelante, me tranquilizo. No veo nada, que pueda suponer un peligro. ¿Y todos esos muertos?, sigo sin saber que hago aquí. Desciendo más relajado la calle. A mi derecha se abre otra calle, más pequeña, más oscura. Leo el cartel Travesía de la Comadre. Jamás he escuchado ese nombre, y por supuesto jamás la he cruzado. Pero hoy va a ser el día.

Avanzo con sigilo y veo al final de la oscura calle una luz. Una luz naranja, una luz de escaparate antiguo, una luz que puede darme alguna respuesta de lo que esta pasando. Una luz llena de esperanza. Avanzo hacia ella, más y más deprisa. Antes me movía el miedo ahora me mueven las respuestas…

Según voy avanzando observo el cartel tambaleante de un comercio. Sigo en mi empeño, y por fin llego. Miro a través de las cristaleras, y esta vez si veo a alguien. Una sonrisa se me dibuja en la cara y sin dudarlo, entro.

Esta escribiendo, me acerco lento y sin hacer ruido para que el extraño no se asuste. Atravieso el salón que nos separa. No me había fijado pero el comercio sin duda es un restaurante. El sentado sobre la barra, sigue en su escritura.

Faltan dos metros hasta llegar a el, con un gesto suave, elevo mi cabeza para ver que esta escribiendo. Leo tranquilo y sosegado… Después de unos minutos leyendo, observo que lo que escribe el individuo son estas líneas y sin duda soy yo el que esta escribiendo.

Se gira despacio, me observa y me dice con frialdad:

-         Estas muerto, porque esta historia no es real, tú eres mi personaje y como tal, hago contigo lo que quiera…

Ahora estoy en el gran silencio que es la muerte. Jamás despertaré. O bueno, hasta que mi escritor quiera volver a recuperarme…