Despierto… Despierto convertido en una balsa de sudor.
¿Dónde estoy?. Noto una ligera brisa que roza mi espalda. Estoy tumbado sobre
algo que no es una cama. Definitivamente, estoy en una calle. ¿Qué hago yo
aquí?.
Tumbado, giro sobre mí y contemplo un espectacular cielo
azul. Nada empaña el intenso dolor que crea el sol posándose sobre mis ojos.
Después de unos segundos de ceguera. Vuelvo a abrir los ojos y doy tiempo a mis
pupilas para que se contraigan y enfocar hacia alguna parte que me sitúe en un
sitio concreto, y con fortuna, conocido.
Me siento en el mismo lugar donde desperté. Todo me duele,
cada articulación llora independiente, y todas al unísono. Giro la cabeza, no
sin dificultad. Claro, ya se donde estoy. Es inconfundible… Estoy en Sol. Esta
plaza es inconfundible para mí. Resuelta esta duda, aparecen muchísimas más en
mi cabeza. ¿Por qué estoy aquí? ; ¿Cómo he llegado aquí?. Juraría que anoche no
bebí, ni siquiera salí. De hecho por mucho que lo sigo intentando, no recuerdo
nada de la noche anterior… Dios, como he podido llegar a esto… Otra duda que me
asoma, es el porque nadie me ayudo. Dios creo que me estoy volviendo loco. Miro
de nuevo a mi alrededor. No hay más que soledad. El reloj que despide el año es
el único que me acompaña en esta locura. No puede ser, estoy soñando, demasiado
real para ser un sueño. Pero demasiado ilógico para ser realidad.
Me levanto de mi sitio mareado, empapado en sudor y con
dolores. Me encamino hacia la fuente que hay en la propia plaza y me enjuago la
cara. Dios que alivio, el calor me estaba matando. Un segundo de alivio en esta
pesadilla…
Sigo aturdido, no consigo descifrar ninguna de mis preguntas
y el hecho de estar aquí. Sólo, sin nadie. Decido moverme. Más por necesidad de
saber que hago aquí. Si es real o no. De aclarar mi cabeza y volver a respirar
sin ningún hálito de incertidumbre.
Me encamino a la derecha, por instinto. Sin saber muy bien
porque. Cruzo la desierta carretera que cruza la plaza y me inserto en la calle
Carretas. La sombra de la calle me da un respiro. Inspiro profundamente y me
encamino a través de ella.
Se cruza a mí derecha la calle Cádiz. Mis ojos no dan crédito
a lo que ven. Cientos de personas se apilan muertas en su cruce con la calle
Barcelona. No se que esta pasando, ni que puedo hacer. Lo único que observo
boquiabierto es un panorama dantesco. El hedor es insoportable, ríos de líquido
putrefacto se acercan hacia mí y caen lentos por las alcantarillas, en el peor
sonido que nadie haya escuchado jamás. Corro, no miro para atrás sólo corro.
Presa del miedo sigo subiendo la calle Carretas. El miedo me guía y no tiene
intención de sosegarse.
Cruzo sin ser consciente de ello la Plaza donde se alojan
los cines Ideal, la vacía calle Atocha y bajo hasta Tirso de Molina. Casi en la
puerta del Nuevo Apolo, me paro extenuado. Me encorvo y me apoyo sobre mis
maltrechas rodillas. Respiro rápido y entrecortado. La carrera y el miedo no me
dejan calmarme.
Aparece en mi cabeza el primer momento un poco lógico del
día. Callejear, y esconderme en calles menos, congregadas. O por lo menos, que
antes estuvieran masificadas. No se que pasa. No se a que me puedo enfrentar.
Lo único que se, es que estoy vivo.
Atravieso corriendo, la plaza de Tirso de Molina y me
introduzco en la calle de Jesús y María, bíblico nombre, para una calle tan
poco conocida. Recorro la angosta, perfecta para mi objetivo. Varios metros más
adelante, me tranquilizo. No veo nada, que pueda suponer un peligro. ¿Y todos
esos muertos?, sigo sin saber que hago aquí. Desciendo más relajado la calle. A
mi derecha se abre otra calle, más pequeña, más oscura. Leo el cartel Travesía
de la Comadre. Jamás he escuchado ese nombre, y por supuesto jamás la he
cruzado. Pero hoy va a ser el día.
Avanzo con sigilo y veo al final de la oscura calle una luz.
Una luz naranja, una luz de escaparate antiguo, una luz que puede darme alguna
respuesta de lo que esta pasando. Una luz llena de esperanza. Avanzo hacia
ella, más y más deprisa. Antes me movía el miedo ahora me mueven las
respuestas…
Según voy avanzando observo el cartel tambaleante de un
comercio. Sigo en mi empeño, y por fin llego. Miro a través de las cristaleras,
y esta vez si veo a alguien. Una sonrisa se me dibuja en la cara y sin dudarlo,
entro.
Esta escribiendo, me acerco lento y sin hacer ruido para que
el extraño no se asuste. Atravieso el salón que nos separa. No me había fijado
pero el comercio sin duda es un restaurante. El sentado sobre la barra, sigue
en su escritura.
Faltan dos metros hasta llegar a el, con un gesto suave,
elevo mi cabeza para ver que esta escribiendo. Leo tranquilo y sosegado…
Después de unos minutos leyendo, observo que lo que escribe el individuo son
estas líneas y sin duda soy yo el que esta escribiendo.
Se gira despacio, me observa y me dice con frialdad:
-
Estas muerto, porque esta historia no es real, tú eres
mi personaje y como tal, hago contigo lo que quiera…
Ahora estoy en el gran silencio que es la muerte. Jamás
despertaré. O bueno, hasta que mi escritor quiera volver a recuperarme…