martes, 30 de octubre de 2012

Nubes....

Vives sin vivir en un estado de embriaguez constante. No tanto por la bebida en sí, sino por todo lo que rodea a tu vida, tu penosa vida. Levantarse es un suplicio cada mañana. Levantas la persiana y ves lo mismo todos los días. Nubes que nunca dejaran salir el sol. Unas nubes tan densas que lo único que dejan entrever es dolor y sufrimiento.

Todo puede cambiar o eso dicen todos. Siempre hay una luz al final del túnel, incrédulo. La única luz posible es la solución de todos los problemas, la luz que termina en un silencio eterno.

Pero hoy no es ese día. Una sonrisa te puede cambiar la vida. Una mirada, un gesto... Hoy no es ese día.

Despierto con dolor de espalda, igual que todos los días. Las tensiones de esta sociedad hacen que me contracturé cada día un poquito. Como cada día levanto mi persiana y la luz del sol me ciega, aunque yo no la percibo. Ciego ante la belleza del día, giro sobre mí. Y me intoxico con todo el tabaco necesario para necesitar varias inhalaciones de ventolín. Es mi mejor momento del día. Mirar las borlas que crea el tabaco me hace sentirme superior. Un dios que juega con ellas y cree controlarlas.


Suenan tras la puerta voces, voces de niños que juguetean recién levantados. Me levanto por inercia y me dirijo hacia ellas. Abro la puerta de la habitación, y no hay nada. Una litera vacía, donde tus hijos solían dormir. Una lágrima cae sobre mi mejilla, los recuerdo. Recuerdo aquel último instante como si estuviera pasando en este preciso momento. Giro y voy hacía mi cama, allí tampoco hay nadie. Allí también yacía la persona que más quisiste, la que te dijo que nunca te abandonaría. La que decía que iba a ser para siempre.

Me derrumbe caí de rodillas al suelo con un estrépito que hizo sonar el golpe por toda la casa. Lloré, lloré con un niño, el dolor de mi pecho subió como una bocanada por mi traquea y exhale un grito de sufrimiento. Aquel grito atravesó mi alma. Y se clavo a fuego en mi cerebro. No podía soportarlo más.

La culpa me agobiaba. No podía olvidar aquello, las imagenes de aquel momento me pasaban por la cabeza una y otra vez, como una apisonadora que va lapidando tu vida.

Aquel conductor borracho, aquella rotonda. Aquel día en el que todo acabo. Creo que nunca se puede imaginar el dolor que se puede llegar a hacer.

Adiós familia, adiós mi vida, adiós.

Hoy sólo pienso en estar con vosotros, aunque sea muriendo yo. Aquí no me ata nada. Mi trabajo se acabo, paso a tener más importancia la bebida para olvidar, y nunca se olvida.