martes, 10 de marzo de 2009

Diario de viaje 1, llegada a Berlin

Comienza el viaje. Bueno empezó a las 7:00, menudo madrugón, sobretodo para mí que no estoy acostumbrado a ello. Otros directamente ni se acostaron. Nada de por los nervios, simplemente por que la noche madrileña es muy jugosa y había que aprovechar el ultimo día.

Primer problema del viaje. Mi primer apellido me lo han cambiado, ahora me apellido "Conde". Que no llega a ser el Duque pero que tiene más glamour.

Tras varias horas de espera en Barajas, y varios cigarros al pecho, embarcamos en el avión que nos llevara a nuestro primer destino, por supuesto con retraso.

Vuelo barato, servicio barato, los azafatos (ahora sobrecargo) no hablan ni "j" de español. Menuda charla la de Jesús y Paula con uno de ellos. Yo al lado me parto de risa por la situación, pero tampoco me entero de nada. Y eso que todavía no hemos pisado tierras germanas.

Pasado un rato largo, miro a mi alrededor. Todos duermen, yo aprovecho para escribir estas líneas. La soledad del escritor, o será simplemente que estoy ansioso por llegar.

Aterrizamos en Berlin, en un aeropuerto de cuyo nombre no se escribir, son las 15:30. Tras 3 horas de viaje bajamos directamente a fumar, las adicciones son las adicciones. Segundo problema del viaje, coger un taxi. Empezamos preguntando precio a uno, nos quiere timar. Pasamos de él. De repente, aparece una furgoneta. De ella baja un alemán alto y rubio que nos lleva a los 6 por alrededor de 30 euros, se llamaba Frank y más adelante contaré como nos salvo el culo de verdad.

Llegada al hotel, da la impresión de ser simpático, las primeras impresiones son buenas. Todo lo bien por 20 euros la noche.

Sin hambre y con ganas de ver la ciudad empezamos a andar plano en mano. Dirección la Puerta de Branderburgo.

La primera impresión que tenemos al salir es frío, mucho frío. También nos llama la atención la suciedad de las calles secundarias. Aunque es una ciudad que tiene mucho encanto, miramos hacia los edificios y tenemos sensaciones positivas.

Recorremos los alrededores del hotel. Preguntamos con nuestro mal inglés y encauzamos hacia Alexander Platz; una especie de "pirulí" soviético que se usaba como emisor de televisión, símbolo comunista. Pero que se conserva como huella inequívoca de la ciudad de Berlin.

Tras andar y andar por calles que ni aparecían en el mapa, llegamos de casualidad, al museo de Ana Frank. Un callejón plagado de "graffitis" nos da la bienvenida. El callejón esta ubicado en una antigua casa que se conserva así desde la gran guerra, se observa perfectamente los estragos de esa época sombría.

Pasando un frío de horrores a la caída de la noche (18:30). Tras recorrer decenas de calles secundarias, encauzamos la gran avenida Unter der Linder ( por debajo de los Tilos, en castellano), principal arteria de la ciudad que recorrida de norte a Sur, deja tras de si preciosos edificios llenos de historia. Una catedral a la orilla del río nos deja con la boca abierta.

Se empieza a notar el cansancio en las piernas, recorremos la gran avenida y llegamos al objetivo que nos hemos marcado, la Puerta de Branderburgo. A la frase de: "Cada vez que cruzo la puerta de Branderburgo, me dan unas ganas de invadir Polonia" y cientos de fotos (no exagero), giramos y entramos a calentarnos al Starbuck Coffee.

Termina la visita por hoy. Mañana será otro día.

Enfilamos de vuelta la gran Unter der Linden, nos causa gran impresión la falta de pasos de cebra, nos sorprende aún más que nos respeten el paso. Decidimos coger el metro. Tercer problema, menudo lío hay aquí con el plano. Metro, tren y tranvía conviven dentro del mismo plano. Gracias a otros españoles de turismo acabamos saliendo bien del paso.

Llegamos no sin esfuerzo, por fin al hotel. Con la suerte de cara al no encontrar al revisor. Por que en Berlin no hay "tornos" de entrada. Nos cuentan después que la multa son 100 euros.

Descansamos, cenamos y por fin nuestras primeras cervezas alemanas, suaves pero muy, muy ricas. Casi no hecho de menos mi casa.

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