viernes, 15 de mayo de 2009

Escribir


Encendió un cigarrillo al borde de la ventana. El sol entraba a través de ella como un resorte espiritual que le indicaba que iba a ser un gran día primaveral. Era su tercer cigarrillo en menos de cuarenta minutos. Era lo único que aliviaba su alma. Fumar. Se entretenía mirando las borlas que creaba el humo que desprendía su cigarro.

El paquete amarillo, que compraba por cartones, era su placer más oculto. Sabía que era perjudicial, pero le daba absolutamente igual. Le aliviaba, los dolores del alma no son fáciles de curar. Pero esos minutos dejaban en blanco su mente.

El pecho le dolía. Tenía un sueño en la vida. Escribir. Había escrito cosas pequeñas. Pequeños "artículos", y narraciones cortas, inspiradas por su musa. Su sueño era escribir un libro, comenzaba con historias que le venían a la cabeza, historias en noches insomnes, historias derivadas de la mezcla de Orfidal y alquitrán.

Esas historias le perseguían, siempre acababa rompiéndolas como resultado de su frustración ante la vida. Los días en los que se encontraba depresivo eran mucho más habituales que los de felicidad. Era como él decía: "Un escritor frustrado, que no merecía coger un bolígrafo".

Mientras, continuaba la vida con esa sensación. Sus días empezaron a ser felices cuando ella llego a su vida. Era maravillosa, y decía ser su fan número 1. Escribía sólo para ella. Y le gustaba. Se conformaba con eso. Pero el ser humano es de poco conformarse, y rápidamente le volvieron a asaltar dudas acerca de su capacidad creativa.

La sensación de cuando entró en la gran biblioteca del Trinity College han desaparecido. El olor a viejo de los libros, y las formas cuadradas de esas grandes bellezas han sido borradas de su memoria.

Hoy a muerto un escritor. Pero ha nacido una persona feliz.

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