miércoles, 27 de mayo de 2009

Una mañana como otra cualquiera

Una historia triste empieza aquí. No por ser triste deja de ser menos real, es simplemente una historia más, que pasa desapercibida a ojos ajenos. Es una historia que sucedió a una persona de cuyo nombre no quiero acordarme, aunque le sueñe todos los días.

Despierta un día, un día como otro cualquiera, un día que podría ser hoy o ayer, ó hace un año ó hace dos. Pero tampoco nos centraremos en las fechas, dado que carece de relevancia. El sol entraba por la ventana y se escuchaba en ruido de los claxones sonando en el embotellamiento de primera hora en una de las principales arterias de Madrid.

Abrió la ventana como cada día, con el sudor frío rondandole la frente, aquella noche no durmió bien; su estomago palpitaba. Cada mañana era lo mismo.

Se vistió con aire desenfadado, como cualquier otro día, y su destino era pasar las siguientes 8 horas encerrando en una oficina, delante de un ordenador tecleando sin parar.

Bajó al coche, pero entonces su móvil sonó. Estrañado descolgó sin mirar. Una voz conocida hablaba entre sollozos desesperados. Una persona que quería con locura estaba al otro lado del teléfono. Y entre ruegos desesperados para que se tranquilizará escuchó lo que no quería escuchar. Esa terrible enfermedad que perseguía a su familia lo había vuelto a hacer. Cáncer.

Ahora se daba cuenta, su madre tenía pruebas que hacerse. Él no la había llamado, no se había preocupado. Sólo pensaba en su trabajo y en sí mismo.

Él ahora, también lloraba, miraba al cielo intentando encontrar respuestas. Aunque sabía que ahí no las iba a encontrar.

Secó las lágrimas que recorrían sus mejillas, la gente pasaba a su alrededor y le miraba con desgana. Ellos, los otros, han dejado de tener importancia; sólo pensaba en ir y abrazar a esa mujer, a la mujer que le dio la vida.

Llamó al trabajo, por suerte, su jefe era comprensible y entendió su estado.

Arrancó su coche desesperado y lleno de nervios. Conducía deprisa por las calles madrileñas. 56 Km. le separaban de abrazar a su madre.

Como dije al principio, esto es una historia triste; pero debo parar de contarla. Las lágrimas en mis ojos me impiden seguir escribiendo.

Sólo diré, que mi amigo, no llegó jamás a abrazar a su madre. Y se fue sin despedirse de nadie.

Hoy puede ser una mañana, una mañana como otra cualquiera.......¿o no?

No hay comentarios:

Publicar un comentario